«He aquí que como el barro en las manos del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.» (Jeremías 18:6)
Con estas hermosas palabras habladas por Dios en labios del profeta Jeremías, se describe perfectamente la relación que existe entre Dios y su pueblo Misión Cristiana Internacional Emeth “El Tabernáculo de Dios”. Por supuesto, que en el contexto histórico, la Escritura se refiere aquí al pueblo de Israel, más en el paralelismo espiritual, se extiende hasta nosotros, que hemos sido reconciliados con Dios, adoptados por Él como hijos, mediante el sacrificio vicario de Jesucristo.
Iniciamos el 7 de febrero de 1998, después de un tiempo de oración, ayuno y meditación, la visión que Dios dio a nuestras vidas fue la siguientes. Buscar ser una iglesia que refleje el carácter de Jesús fiel, santo, compasivo con la capacidad de extender una mano de amor al necesitado.
Durante estos años el amor de Dios, que excede todo conocimiento, ha sido infinitamente paciente y somos testigos de su cuidado, guianza, paciencia, amor. En los momentos complicados nos ha redargüido y corregido, sin embargo también hemos sido testigos de su amor y paciencia y restauración.
En sus manos santas venimos a ser como barro en las manos del alfarero. Dios, como artista supremo, como perfecto creador, toma en sus preciosas manos este barro que somos para convertirlo en vasijas útiles, limpias, dignas de Él.
Si el barro fuera sensible al dolor, el proceso de modelado sería muy doloroso y entre más resistente sea el barro el proceso sería más difícil. No para Dios, sino para nosotros.
En el proceso de modelaje, Dios ha tenido que ablandarnos, tornearnos, darnos forma, borrar las imperfecciones, llenar las grietas, eliminar lo que sobra y en algunas ocasiones ha tenido que empezar otra vez. Entonces el alfarero nos ha sometido al horno de fuego en la etapa final, donde se perfeccionan las vasijas. Una vez formados conforme al corazón de Dios, ha sido preciso que seamos pulidos, para que ni en la superficie queden asperezas.
Dios nos ha enseñado que a veces, o casi siempre, este es un proceso lento, que puede durar toda nuestra vida. Otras veces, la vasija va cobrando su forma final, obedeciendo al manejo de la mano de Dios, a un tiempo relativamente temprano. Pero lo importante es que estemos dispuestos a dejar, por nuestro propio bien, que Dios trabaje con nosotros, aunque nos duela el proceso. Dios no es un Dios mágico, Dios es un Dios de procesos de vida.
Es necesario que de nuestro barro desaparezcan todas aquellas cosas impuras que impiden que seamos material útil para Dios. Es necesario que nuestra rebeldía, nuestra incredulidad, nuestra infidelidad, nuestro orgullo, nuestra soberbia, nuestros odios, nuestros rencores, iras y contiendas, nuestras murmuraciones e impiedades, nuestros pecados ocultos, y los manifiestos, nuestras idolatrías, todo ello, ceda ante el toque de la mano diestra de Dios.
Dios quiere vernos brillar como vasos para Su gloria, como utensilios para honra suya. Una vez limpios y completos en El, dejemos que nos llene como cántaro de agua cuyas aguas nunca acaban, y vayamos en Su nombre, sin tener nada de que avergonzarnos, a dar de beber al sediento y cansado, a ablandar con un poco de agua viva y santa, el barro endurecido de las vidas que aún tienen que pasar por el proceso de modelaje en las manos de Dios.
Digámosle a Dios: «Heme aquí como barro dispuesto en tus manos». Amén.